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29 enero 2010

Los sistemas de género

Al cabo de más de 20 años de trabajo, después que el feminismo de la segunda ola irrumpió en escena – y desde que se esclareció que si el problema no son las mujeres sino las relaciones entre mujeres y hombres- nos hemos acostumbrado a hablar del “concepto género”. Dicho concepto ha sido definido y analizado desde todos los ángulos y a pesar de eso sigue siendo de difícil apropiación para los no iniciados y es origen de grandes polémicas para los que si lo son.
Si Grant (1993) dedicara buena parte de su libro a seguir debates y confusiones alrededor del concepto “mujer” en el mismo marco histórico, sin duda la colección de debates en torno a “género” llenaría muchos libros más.
Un programa de formación no puede perderse en profundas reflexiones filosóficas acerca de la ontología de los conceptos básicos que va a tratar. La situación aconseja el uso de un concepto que tiene correlatos empíricos más claros, si bien no carece de complicaciones, sobre todo respecto a los límites, a definir “qué va dentro” y “qué va fuera”. Este concepto es el de “sistemas de género”.
La sustitución del concepto de “género” por el de “sistemas de género” puede parecer una sutileza sin mayor ganancia y sin embargo, tiene el efecto de dirigir la atención hacia comportamientos y actitudes objetivables. El género es en todo cas, el criterio que establece un “sistema de género”. Si bien es abstracto, por ser una construcción cultural compleja - como tantos otros criterios de diferenciación social (raza, etnicidad, generación, etc.)- sus resultados suelen ser bastante palpables y hasta medibles.
Una definición de un sistema de género, entonces, sería la siguiente:
Un sistema de género es un conjunto de elementos que incluye formas y patrones de relaciones sociales, prácticas asociadas a la vida social cotidiana, símbolos, costumbres, identidades, vestimenta, adorno y tratamiento del cuerpo, creencias y argumentaciones, sentidos comunes y otros varios elementos que permanecen juntos gracias a una fuerza gravitacional débil y que hacen referencia, directa o indirectamente, a una forma culturalmente específica de registrar y entender las semejanzas y diferencias entre géneros reconocidos: es decir, en la mayoría de culturas humanas, entre varones y mujeres.
Un paso especial en la formación en género es proponerlos esquemas de género como artefactos de la creación humana y no como hechos naturales. La ruta que usualmente se toma para eso implica seguir las huellas históricas de un sistema de género (usualmente occidental o una de sus variantes locales) registrando sus cambios y analizando las causas subyacentes de los mismos, Según eso, se estudiarían los cambios en las leyes, en la división del trabajo entre mujeres y hombres, la organización de la familia, el involucramiento de mujeres y varones en la vida pública y política en sucesivas épocas.
Otra opción es la que podríamos llamar la “arqueológica” en el sentido que Foucault nos ha enseñado. Esta opción nos demanda un experimento mental ya que, por definición, los restos arqueológicos son escasos y solamente sugerentes. La esperanza es poder acceder a lugares y épocas de la experiencia y psique humanas que dejaron muy poca evidencia de su existencia.
La búsqueda de la especificidad humana (frente a numerosas otras especies sociales, desde hormigas y lobos, hasta delfines y gorilas) forma parte de las estrategias de la indagación “arqueológica”. Hubo diversos intentos de responder la pregunta acerca de qué es lo específico de las sociedades humanas. La fabricación y el uso de herramientas?, El lenguaje?, La prohibición del incesto y la consecuente exogamia que establecía alianzas entre grupos? La capacidad para manipular símbolos? La riqueza emocional y la capacidad para sentir dolor? Los intentos se han ido cayendo uno tras otro conforme nuestro conocimiento de otras especies animales en sus hábitats naturales ha ido aumentando.
Yanagasaki y Delaney, en un reciente texto hacen un nuevo intento de responder la pregunta. Lo especifica y característicamente humano sería la capacidad –incluso la compulsión- de asignar valor a las cosas. Y valorar siempre implica jerarquías, ya que se valora una cosa (una forma de ser humano/a, por ejemplo) en relación con otra que se valora menos o más. El argumento de Yanagasaki y Delaney generaliza y a la vez introduce refinamientos en la teoría del “homo hierachicus” de Dumont.
Obsérvese que la idea del calor supone el establecimiento de grupos o clases de cosas (hechos, fenómenos, personas, cualidades) a las que se les asignarán valores diferentes. Está presente la noción de diferencia pero también la de interdependencia como parte de una misma clase o conjunto de elementos. Estas dos nociones nos dan un pinto de partida para la elaboración de los sistemas de género. Dado que se remarcaba algún tipo de distinción entre géneros definidos de cualquier manera-era inevitable (parte y expresión de ser humano/a) que se establecen jerarquías al interior del sistema, no necesariamente estables o comprehensivas pero jerarquías al fin. Obsérvese también como, alrededor de las mismas nociones de diferencia e interdependencia, existen infinitas posibilidades de discrepancia, lucha y contestación.

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